- Hasta fechas relativamente recientes, la mujer que viajaba, sobre todo si lo hacía sola, despertaba la sospecha de la sociedad bienpensante. En el siglo XIX las rígidas normas sociales establecidas obligaban a cumplir con un rol femenino que se podría definir como Ángel del hogar: amante esposa, madre abnegada y eficiente ama de casa. No obstante, algunas mujeres se enfrentaron abiertamente con la estrecha moral de la época victoriana y se erigieron en intrépidas aventureras.
Es el caso de la escritora granadina Emilia Serrano, quien cruzó reiteradamente el entonces aún más inmenso Océano Atlántico, en unas travesías en barco que en aquellos tiempos duraban largas semanas, para sucumbir a una realidad nueva que la fascinó desde el primer momento: el continente americano. La culta e inquieta mujer recorrió por completo las tierras americanas, desde Canadá hasta la Patagonia, dejando por escrito testimonio de sus apasionantes viajes.
El caso de la hoy casi desconocida escritora española Emilia Serrano(1) resulta de entrada en verdad extraordinario y sorprendente, tanto por la vasta extensión de su obra como por la naturaleza aventurera y dinámica de su trayectoria biográfica, digna de convertirse por sí misma en materia novelada. Así, frente a una gran mayoría de escritoras del siglo XIX que permanecieron durante toda su vida prácticamente recluidas en sus localidades de origen, Emilia Serrano viajó por todo el mundo desde su más temprana infancia. Nacida en Granada en 1833 ó 1834(2), pasó los primeros años de su vida en París junto con sus padres, el notario Ramón Serrano y su esposa, María García. Allí recibió una esmerada educación y enseguida demostró una gran afición por la lectura, por lo que sus compañeras pronto la apodarán Madame Minerva.
Emilia Serrano fue una joven precoz, que dominaba varios idiomas y poseía una gran cultura. Tuvo ocasión de conocer personalmente a escritores como Alfonso de Lamartine, Alejandro Dumas o Francisco Martínez de la Rosa, que posteriormente colaborarán en las revistas que ella fundara o dirigiera, como Revista del Nuevo Mundo o La Caprichosa.
En París conoció a un aristócrata británico, el barón de Wilson, con el que contrajo matrimonio. Al fallecer éste un par de años más tarde, le dejaría el nombre con el que la escritora acostumbrará a firmar sus obras desde entonces y por el que será mayoritariamente conocida: baronesa de Wilson. Esta circunstancia tan sólo cambiará cuando, años más tarde, contraiga matrimonio en segundas nupcias con el Dr. Antonio García Tornel. Entonces, alternará los nombres de sus dos maridos, firmando siempre como "baronesa de Wilson" o como "Emilia Serrano de Tornel", según costumbre inveterada en la época que solía condicionar la firma literaria de las escritoras.
Emilia Serrano desplegó una intensísima actividad literaria, abarcando en su cultivo prácticamente todos los géneros. Por citar tan sólo algunos títulos se pueden mencionar los poemarios Las siete palabras de Cristo en la Cruz (París, Adm. de La Caprichosa, 1858) y El camino de la Cruz (París, Rosa y Bouret, 1859); la novela El Ángel de la paz (París, Rosa y Bouret, 1859); las leyendas históricas Alfonso el Grande (París, Imp. de Wolder, 1860) y ¡¡Pobre Ana!! (Madrid, Imprenta de Juan Antonio García, 1861); el ensayo educativo femenino Almacén de las señoritas (París, Rosa y Bouret, 1860); o los libros de viajes, Manual, o sea Guía de los viajeros en Francia y Bélgica (París, Rosa y Bouret, 1860) y Manual, o sea Guía de los viajeros en Inglaterra, Escocia e Irlanda... para uso de los americanos (París, Rosa y Bouret, 1860), entre otros muchos.
En 1865 la inquieta escritora viaja a América por primera vez. La realidad americana la fascinará de tal manera que a este viaje seguirán otros cinco, en los que recorrerá por completo el continente desde Canadá hasta la Patagonia. Su talante aventurero, tan excepcional en una mujer de la época, causará, sin duda, desconcierto entre sus contemporáneos, para quienes la sospecha pesa sobre los desplazamientos de las mujeres, y sobre todo, de aquellas mujeres que viajan solas. De hecho, contra ello se emplearon los sutiles mecanismos ideológicos desplegados para condicionar ineludiblemente la domesticidad de las mujeres. Sin embargo, el animoso carácter viajero de Emilia Serrano resultaba difícil de disuadir, faceta que causará admiración entre algunas de sus más avanzadas compañeras del mundo de las letras, como la almeriense Carmen de Burgos, Colombine, quien escribirá reivindicativamente en 1911:
Su labor no ha sido la del geógrafo o historiador teórico, que sólo se inspira en los escritos de otro autores. Ella [...] ha realizado peligrosos viajes, como el de remontar la corriente del Plata y hacer las ascensiones de los ásperos flancos del Tandil, del Aroncagua [sic], el Misti, el Chimborazo, etc. [...]. Ninguna mujer ha realizado jamás tan penosos trabajos ni abarcado empresa de tal magnitud [...]. Por menos se han aplaudido viajes de francesas e inglesas, celebrando su esfuerzo en todos los tonos. Y estos viajes no han sido de turista; han sido de mujer estudiosa, laboriosa, que ha trabajado incansable.(3)
En efecto, el trabajo incansable de Emilia Serrano y su fascinación por la tierra americana dará frutos variados y abundantes a lo largo de los años. Así, y dentro de sus habituales líneas temáticas, publicará un gran número de volúmenes dedicados a distintos aspectos de América: La ley del progreso. Páginas de instrucción pública para los pueblos sud-americanos (Quito, Imp. Nacional, 1880), Una página en América. Apuntes de Guayaquil a Quito (Quito, Imp. Nacional, 1880), Americanos célebres (Barcelona, Tipolit. de los Suc. de N. Ramírez y C.ª, 1888), De Barcelona a México (Barcelona, Imp. de "El Partido Liberal, 1891), América en fin de siglo (Barcelona, Imp. de Henrich y C.ª, 1897), El mundo literario americano (Barcelona, Maucci, 1903), Maravillas americanas (Barcelona, Maucci, 1910), etc. Además, habría que señalar un hecho de considerable importancia, y es el interés que despiertan en Emilia Serrano las obras y actitudes de otras mujeres que, de una manera u otra, se han salido de la norma y han roto con lo establecido. Así, dedicará los estudios titulados América y sus mujeres (Barcelona, Est. Tip. de Fidel Giró, 1890) y "Bocetos biográficos. Mujeres ilustres de América" (1899) a dibujar los perfiles históricos y biográficos de mujeres escritoras, artistas, filántropas, etc.
La activa y dinámica Emilia Serrano alterna durante décadas la vida social española con sus viajes por América y otros países de Europa. En uno de estos viajes, la sorprende en El Puerto de Santa María la revolución de 1868. Desde allí se marcha a Madrid, y poco después a París a visitar a la reina Isabel II en el exilio. De regreso a España estuvo algún tiempo en Sevilla, donde tuvo ocasión de entablar amistad con Fernán Caballero.
Entre tanto, siguen apareciendo a un ritmo sorprendente sus libros de creación literaria: La familia de Gaspar (Ferrol, La Coruña, El Eco, 1867), El ramillete de pensamientos (Ferrol, La Coruña, El Eco Ferrolano, 1868), La senda del deber (París, Rosa y Bouret, 1869), Sembrar para recoger (París, Libr. de Rosa y Bouret, 1870), El árbol sano y el vicioso, o Rosas y abrojos (París, Libr. de Rosa y Bouret, 1870), La miseria de los ricos (Historia de dos millones) (Madrid, 1872), etc. La lista de sus obras publicadas en estos años resulta casi interminable.
Desde 1873 reside en Madrid, donde colabora en revistas como La Guirnalda y asiste a las reuniones de la sociedad femenina "Las hijas del sol", que preside la condesa de Priegue.
Alternando activamente la vida social con sus frecuentes viajes por América y otros lugares, entre tanto Emilia Serrano encuentra el tiempo para dedicarse a creación literaria: la novela Los pordioseros del frac (Madrid, Jesús Gracia, 1875), Almeraya. Leyenda árabe (México, Edición de "El Nacional", 1883), Del cielo a la tierra (Barcelona, Henrich, 1896), Cuatemoc o el Mártir de Izancanac. Novela histórica (Barcelona, Henrich, s.f.), etc.
Además, Emilia Serrano llevó a cabo también abundantes traducciones, sobre todo de autores franceses. Sus numerosísimas colaboraciones en revistas, periódicos y obras colectivas resultarán imposibles de enumerar. También fue socia de honor de diversas instituciones, como la Sociedad de Escritores y Artistas de Madrid, la Unión Iberoamericana, la Casa de América de Barcelona, la Academia de Declamación y Bellas Letras de Málaga, el Ateneo de Lima, etc. Fue, asimismo, distinguida con numerosos galardones, entre los que se podrían mencionar la Medalla de Oro de la Cruz Roja o la distinción de Comendadora de la Orden del Libertador Bolívar, en Venezuela.
Desde los años finales del siglo XIX la escritora parece residir en la ciudad de Barcelona, donde permanecerá trabajando incansablemente hasta su fallecimiento acaecido a los ochenta y nueve años de edad. Emilia Serrano morirá a comienzos de enero de 1923, tras una existencia dinámica y viajera, en la que había afrontado con un continuo espíritu de descubrimiento la trasgresión que suponía para la mujer decimonónica salir del rígido ámbito de la esfera privada y romper los moldes de la domesticidad que le quedaba reservada. Si bien es verdad que tuvo en este punto a su favor su pertenencia a una clase social privilegiada, no es menos cierto el mérito que comporta el haberse enfrentado al orden establecido al rechazar manifiestamente el papel decorativo y ocioso que la sociedad reservaba para las mujeres de la alta burguesía y de la nobleza. Emilia Serrano nunca llevó a cabo una toma de postura con respecto a la situación de subordinación de la mujer, e incluso utilizó para firmar el apellido conyugal, pero entabló contacto con muchas de sus compañeras coetáneas y dedicó las páginas de sus libros a resaltar el papel pionero de cuantas la habían precedido. Si todo esto se llevó a cabo con contradicciones, éstas deben tomarse en su mayoría como fruto de una época cambiante y confusa, y del conflicto en que se debatían una gran mayoría de escritoras, deseosas de encontrar una voz propia fuera de los tipificados roles impuestos.(4)
NOTAS
1 En este sentido, hay que recordar mis estudios al respecto, tanto el artículo "Plumas femeninas en el fin de siglo español: del Ángel del hogar a la feminista comprometida" (Ojáncano. Revista de Literatura Española, University of North Carolina/University of Georgia, n.º 18, abril de 2000, pp. 61-96), como el libro Plumas femeninas en la literatura de Granada (siglos VIII-XX) (Granada, Universidad de Granada/Diputación de Granada, 2002), donde se incluye una amplia semblanza de la autora. Además, se puede recordar también mi artículo monográfico "El sorprendente caso de la granadina Emilia Serrano, o una escritora aventurera del siglo XIX" (Renacimiento, Sevilla, n.º 31-34, otoño 2001-primavera 2002, pp. 64-66).
Por otro lado, conviene resaltar la en cierto modo mayor atención que Emilia Serrano ha despertado al otro lado del Atlántico. Así, Leona Martin le ha dedicado varios trabajos, entre los que se pueden destacar los titulados "The Many Voices of Emilia Serrano, Baronesa de Wilson, Spain's Forgotten 'Cantora de las Américas' " (Hispania, 82, 1, 1999, pp. 29-39) y "Emilia Serrano, Baronesa de Wilson (¿1834?-1922): intrépida viajera española; olvidada 'Cantora de las Américas' " (presentado en la "Alexander von Humboldt Conference 2001" y publicado en la revista en Internet Ciberletras, n.º 5, agosto de 2001). Igualmente habría que mencionar el artículo de John Dowling, "El canto a América de Emilia Serrano, Baronesa de Wilson" (Monographic Review, XII, 1996, pp. 73-83).
2 Los pocos estudiosos que se han ocupado de la biografía de Emilia Serrano han venido dando como fecha de su nacimiento la de 1843 o la de 1845. Sin embargo, la consulta de su Acta de Defunción conservada en el Registro Civil de Barcelona, donde falleció el día 1 de enero de 1923, permite conjeturar que en realidad había nacido en 1833 o en 1834, pues en el apartado referente a edad se consigna claramente "ochenta y nueve años". Resulta plausible suponer que la persistencia de este error en las biografías realizadas sobre ella hasta el momento se haya debido a la propia escritora, pues restarse años era una práctica relativamente común y nada infrecuente en el mundo de las letras en la época.
3 BURGOS, Carmen de, "Granadinos olvidados. La baronesa de Wilson", La Alhambra (Granada), XIV, n.º 313, 31 de marzo de 1911, p. 123.
4 Subordinadas al varón, sometidas por la domesticidad y obligadas por el prototipo femenino del "ángel del hogar", lo cierto es que las escritoras de finales del siglo XIX y principios del XX vivieron el drama de la dualidad y la contradicción. Por un lado, se encontraban con la imagen de la mujer que se les exigía ser; por otro, descubrían la falta de coincidencia con las mujeres reales que eran, una mujer real que necesitaba encontrar su propia voz, no heredera de una literatura concebida como masculina desde su esencia. Así, y como explica la crítica literaria Noni Benegas, "A lo largo del análisis de la poesía escrita por mujeres desde las románticas hasta nuestros días, el problema de base que subsiste es cómo dar voz a un sujeto que siempre fue objeto de esa poesía [... una] mujer [que] aparece representada según el punto de vista del otro, el varón que escribe" (BENEGAS, Noni, "Estudio preliminar", en BENEGAS, Noni y MUNÁRRIZ, Jesús (eds.), Ellas tienen la palabra. Dos décadas de poesía española, Madrid, Hiperión, 1997, p. 23).
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